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sábado, 22 de junio de 2013

El régimen político y la corrupción. *.- "La corrupción es un vicio de los hombres, no de los tiempos": Séneca.

El régimen político y la corrupción.


"La corrupción es un vicio de los hombres, no de los tiempos": Séneca.

alejandrozapataEscribe I Alejandro Zapata Perogordo.

El flagelo de la corrupción en México se encuentra estrechamente vinculado al sistema político, consiste en un fenómeno sumamente arraigado, se considera una práctica habitual, cotidiana y hasta se le atribuyen connotaciones culturales. Es una cuestión de fondo que ha causado un enorme proceso de desconfianza y dilatado muchos de los necesarios cambios.

El índice Transparencia Internacional, capítulo México, señalo en el año 2001, que los dos actores más ligados a la corrupción según la percepción ciudadana son: los políticos y los policías. Este reporte tiene más de diez años y aún tiene vigencia. Concuerda con declaraciones publicadas por la agencia EFE en el 2007, de Eduardo Buscaglia, en su carácter de asesor de la ONU en materia de corrupción y delincuencia organizada, señalando: "... entre un 50 y un 60 por ciento de los municipios mexicanos han sido feudalizados o capturados por el crimen organizado. México está sufriendo un proceso de feudalización de su sistema político a nivel municipal e irá subiendo hacia los gobernadores, eso quiere decir que los mismos actores criminales se están transformando de alcaldes a gobernadores."

Son afirmaciones brutales, duras y pronosticando desde hace seis años muchos de los acontecimientos que ahora surgen a la luz pública. Así vemos en estos momentos el caso Granier, como el escándalo de moda, pero estamos conscientes que ni es el único, ni tampoco se puede apreciar como un caso aislado. En este país, el sistema político imperante y aún sin desterrar sus vicios, ha prevalecido un esquema de complicidades y contubernios a lo largo de la historia, quizás en menor grado a nivel federal, pero incrementado de manera exponencial en los estados y municipios.

La cuestión es más profunda de lo que parece, ya que las instituciones encargadas de perseguir los delitos en materia de corrupción se mueven solo cuando los funcionarios al frente de ellas reciben la encomienda de hacerlo, es decir, por lo general son excepciones, vinculadas con decisiones políticas o bien, bajo condiciones escandalosas insostenibles.

Así han pasado las administraciones, de Echeverría, la de López Portillo con la colina del perro y el negro Durazo con el Partenón,  Salinas no fue la excepción, se vino lo de Mario Ruiz Massieu, después Mario Villanueva, en los últimos años sumamente cuestionados los gobiernos de Tomás Yarrigton, Sócrates Rizzo, Mario Marín, Ulises Ruiz, Arturo Montiel, Humberto Moreira, Fidel Herrera, Luis Armando Reynoso y de muchos presidentes municipales, que escudados en la opacidad y los controles políticos, han podido hacer de las suyas.

En algún momento se pensó que ese mal endémico se encontraba en vías de superación, pero esa apreciación es incorrecta, los abusos, excesos y prácticas tramposas continúan, muchos funcionarios siguen cometiendo actos de corrupción sin que ocurra nada, aún peor, al desmantelar la Secretaría de la Función Pública, ni siquiera existe fiscalización, ya que los titulares de las dependencias nombran a sus cuates como contralores.


El reto es enorme: ¿cómo combatir con eficacia la corrupción, que prácticamente se da en todos los ámbitos de la vida pública nacional y se encuentra profundamente arraigada en el sistema político mexicano? Por otra parte, si no se ataca correctamente, en poco tiempo esto será un verdadero desorden, donde impere la era de la cleptocracia, es decir, parafraseando a Jorge Steinleger, el gobierno de los ladrones.

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